"Un Instante" por Alberto José Dieguez
Era el ritual diario que realizaba mientras caminaba y que volvía a repetir silenciosamente, dentro del vagón del tren, mientras realizaba el viaje a su trabajo en la Capital.
Ese día algo extraño pasó. Noto que en su trayecto algo había cambiado. Las casas con techo de tejas a dos aguas, habían sido sustituidas por enormes edificios de viviendas colectivas para las clases medias; los jardines con sus rosales y perfumados jazmines habían dado lugar a lúgubres estacionamientos de cemento, que albergaban automóviles; muchos árboles habían sido arrancados para posibilitar la entrada y salida de los automóviles de sus habitantes; las casas se habían convertido en fortalezas enrejadas, con sensores y cámaras de seguridad …
La vieja estación de tren de estilo inglés había desaparecido, junto al florista que durante treinta años había perfumado y dado colorido al recinto. Los murales que ornamentaban las entradas a la estación, realizados en venecitas por una artista de Villa Mecenas y los murales pintados que decoraban los muros adyacentes, habían sido demolidos. En su lugar un cubículo de cemento insulso, desabrido, los había suplantado.
Juan no sabía que había pasado. Eran alucinaciones, eran visiones producidas por el sueño interrumpido…
Menos aún estaba Juan para pensar en los negocios inmobiliarios que de la mano de gobernantes y políticos inescrupulosos y corruptos, se hacían a diario. Para que pensar en eso, si el país era una sociedad en decadencia, degradada en todos sus ámbitos ? Cómo poder escapar del clima mediático mediocre, masificado, que imponía la propaganda consumista y un pensamiento único destinado a formar una mayoría ignorante, pasiva?
Juan había decidido no hablar de política, ni de economía, así como tampoco de la situación social. Para qué complicarse la vida, si había cosas más importantes que lo hacían sentirse bien y reconfortado. La angustia existencial no era para él.
¡Qué bajón! ¡Que lo pario! exclamó con bronca.
¡Que me vienen a mí, con el espacio público; con el patrimonio cultural; con la identidad! ¡Son todas boludeces, cosas de maricas!
Sacudió su cabeza de un lado a otro. Apartó estos pensamientos rápidamente, tratando de ignorar ese instante de lucidez, ese ictus mental, que sólo los neurólogos y los insuficientes niveles de segregación de serotonina, podrían explicarlo.
Volvió a sus reflexiones diarias. Su conciencia se había despojado de cualquier cosa que pudiese alterar su obsesión religiosa por él futbol. Qué golazo el del delantero que había dejado paralizado al arquero. ¡Qué genial! ¡Qué goooooool! a los 23 minutos del segundo tiempo. Pero que mal descripto en la radio por el comentarista, un ex-jugador que relataba partidos de futbol, mientras se incluía una buena dosis de propaganda comercial y política. Y hoy se jugaba el clásico de la zona, con el local que había ganado cinco partidos, empatado dos y perdido uno, pero que si ganaba podía afianzarse en el tablero y pelearla con los punteros. ¡Qué grande el cabezazo del histórico goleador, en el partido contra….!
Alberto J. Dieguez